
"Drogas" a la carta
El uso de medicamentos ha revolucionado la medicina moderna mejorando la calidad de vida de millones de personas. Pero el acceso masivo a estas sustancias es un arma de doble filo.
Los medicamentos han producido extraordinarios beneficios en nuestras vidas. Como señala Thomas Hager, autor de Diez drogas. Sustancias que cambiaron nuestras vidas, hace unos doscientos años, la esperanza de vida era aproximadamente la mitad de la de ahora. Sin embargo, también han generado algunos riesgos como la hipermedicación, algo que se hace especialmente patente en las sociedades más capitalistas o donde existe una mayor industria farmacéutica. Hager afirma, en este sentido, que “ningún país en toda la historia de la humanidad ha tomado tantos fármacos o gastado tanto dinero para obtenerlos como Estados Unidos en la actualidad”.
La automedicación y la costumbre de combatir el más ligero malestar con algún tipo de medicamento pueden acabar desembocando en nuevos problemas para la salud. Por eso, el pasado año, la Generalitat de Cataluña puso en marcha una campaña titulada Pastillas, solo las necesarias, que informaba sobre el uso responsable y adecuado de fármacos tan conocidos como el paracetamol. Más recientemente, la misma Administración ha impulsado otro proyecto informativo para reducir el uso inadecuado en personas polimedicadas.
Al mismo tiempo, Internet puede ser un acicate para este tipo de conductas irresponsables. La tesis doctoral de Ana Ibáñez, publicada el año pasado en la Universidad de Alicante, alertaba sobre los peligros de la automedicación en la sociedad digital, en la que convive simultáneamente el riesgo de sobreinformación con la falta de esta. La educación sanitaria de los ciudadanos es, pues, más necesaria que nunca, en un entorno en el que el acceso a los fármacos y a informaciones que deberían ser interpretadas por especialistas puede convertirse en un factor de riesgo.
La sociedad del malestar
El mundo contemporáneo, con su ritmo incesante de vida, ha visto aumentar los porcentajes de ansiedad y depresión, así como de otras enfermedades mentales. Los antidepresivos, ansiolíticos o estabilizadores del ánimo pueden ser útiles en el tratamiento de trastornos mentales. Sin embargo, su abuso ha empezado a convertirse en un problema de salud médica global.
La dificultad de ofrecer una solución efectiva a complejas cuestiones sociales que angustian a los ciudadanos (y que pueden actuar de detonantes de posibles enfermedades mentales) provoca que se intente encontrar una solución mediante herramientas sanitarias. Como explicó, en mayo del pasado año, Belén González, comisionada de Salud Pública del Ministerio de Sanidad, “sabemos, por ejemplo, que en nuestro país el diagnóstico de esquizofrenia es doce veces más frecuente en rentas bajas que en rentas altas, o que el uso de antidepresivos es aproximadamente cuatro veces mayor según la clase social. Eso no significa que lo social se pueda resolver desde las consultas de psicología y psiquiatría. Con frecuencia identificamos que lo que realmente necesita un paciente no es un psicólogo, sino un abogado laboralista. Ante la impotencia de no poder hacer nada y la falta de tiempo para generar un relato más ajustado a los problemas sociales, se opta por la prescripción de psicofármacos”.
España es ya el segundo país europeo que más ansiolíticos consume, por detrás de Portugal, y el cuarto en consumo de antidepresivos. Las prescripciones de este tipo de fármacos no han dejado de aumentar desde que se tienen registros. Este incremento es especialmente preocupante en la población joven. Entre los 20-24 años, el consumo de antidepresivos ha aumentado un 52% desde 2017, y entre el grupo de 25-29 años, un 40,4%. Ante este escenario, el Gobierno ha anunciado un nuevo plan de acción, que se prevé que entre en vigor este año, para medir el sufrimiento psíquico derivado del trabajo, combatir el suicidio y frenar la sobreprescripción.