¿Cómo se convirtió el cómic en un objeto de colección?

¿Cómo se convirtió el cómic en un objeto de colección?

Pensado inicialmente como un producto de consumo rápido y dirigido a un segmento muy específico de la población, el cómic ha roto con todos los moldes para convertirse en un objeto cotizado.

POR Joan Miquel Mas Salom | 16 Diciembre 2025

Pocos objetos culturales han recorrido un camino tan singular como el cómic. Nacido como un producto efímero, barato y pensado para ser leído y desechado, hoy es uno de los bienes más codiciados por coleccionistas de todo el mundo.

Rememorar su historia sirve también para entender cómo la cultura popular puede revalorizarse hasta convertirse en patrimonio artístico, objeto de inversión y pieza clave en bibliotecas y archivos. Lleno de metamorfosis materiales y sociales, la historia del cómic nos explica por qué este producto ha pasado de las manos de los niños a las vitrinas de museos y casas de subastas, llegando a pagarse millones por algunos ejemplares. 

El peso en la cultura pop de muchos personajes nacidos en viñetas que hoy en día consiguen facturar millones, gracias también a sus adaptaciones al cine, figuras de acción o merchandising, nos invita a ver el cómic más allá del soporte físico, para entenderlo como un medio a través del cual se construye también nuestro imaginario. 

 

De entretenimiento desechable a pieza de colección

Durante las décadas de 1930 y 1940, los cómics se imprimían con prisas, en papel barato y con tintas pensadas para durar poco. El objetivo era claro: vender millones de ejemplares a un público que buscaba entretenimiento asequible, en plena Gran Depresión y durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie imaginaba que esos cuadernillos grapados con errores de impresión, páginas desalineadas y colores toscos, serían, con el tiempo, reliquias de valor incalculable.

Y sería esa fragilidad la que, precisamente, impulsaría su estatus actual. De los millones de copias impresas en los años dorados, se conserva menos del 1%. Las que han logrado sobrevivir lo hicieron en condiciones muy diversas, lo cual incrementa su rareza y valor. Cuando a esto se suma la importancia histórica (como el legendario Action Comics nº 1, con la primera aparición de Superman), el cómic deja de ser simple entretenimiento para convertirse en un activo cultural y financiero.

A partir de la década de 1970, el mercado del cómic experimentó un cambio radical, con la aparición de un sector especializado que consolidó definitivamente su transformación de producto efímero a objeto de colección. Es en este periodo que surgen las primeras tiendas dedicadas exclusivamente al cómic, facilitando el acceso a ediciones antiguas y raras, así como la creación de comunidades de aficionados y coleccionistas. 

Paralelamente, comenzaron a organizarse convenciones de cómics, como la San Diego Comic-Con, fundada en 1970, que hoy es uno de los mayores eventos mundiales dedicados a la cultura del cómic y el entretenimiento. Pero, sin duda, un hito fundamental fue la publicación de la Overstreet Comic Book Price Guide, en 1970, por Robert M. Overstreet. Esta guía estableció criterios estandarizados para la valoración de cómics, permitiendo a coleccionistas y vendedores disponer de referencias objetivas sobre el estado y el precio de cada ejemplar. Gracias a ella, se profesionalizó la compraventa y se legitimó la figura del coleccionista, que pasó a operar en un mercado más transparente y regulado.

 

 

El cómic en el coleccionismo actual

En las décadas siguientes, la profesionalización se acentuó con la aparición de empresas certificadoras, como Certified Guaranty Company (CGC), fundada en el 2000. Estas compañías introdujeron un sistema de graduación numérica, similar al utilizado en la numismática, para evaluar el estado de conservación de los cómics. Un ejemplar que ha sido evaluado y sellado por CGC queda encapsulado en un estuche de plástico rígido, acompañado de una etiqueta que certifica su autenticidad y su grado de conservación, que generalmente oscila entre 0,5 y 10,0. Con este proceso, ya no solo se protege físicamente al cómic, sino que también se transforma su función: el cómic deja de concebirse como un objeto para ser leído y pasa a ser una pieza de exhibición, inversión y conservación, cuyo valor puede incrementarse significativamente en el mercado secundario.

 

La combinación de estos factores ha elevado al cómic a la categoría de bien cultural y financiero, equiparable en muchos sentidos a otras formas de arte coleccionable. Ejemplares históricos como Action Comics nº 1o Detective Comics nº 27 han alcanzado cifras millonarias en subastas, mostrando hasta qué punto el mercado especializado y los sistemas de certificación han influido en la percepción y el valor del cómic en la actualidad.

En definitiva, hoy, el cómic es simultáneamente un objeto de nostalgia, inversión, arte y estudio. Desde los quioscos abarrotados de los años 30 hasta las salas climatizadas de bibliotecas especializadas, su historia demuestra que incluso los objetos más humildes pueden convertirse en tesoros culturales. Así pues, en el cómic sobreviven no solo héroes y aventuras, sino también la historia de quienes lo han convertido en un legado digno de perdurar.

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