Tecnología, nostalgia y pop: las claves del auge del coleccionismo
En su día fueron objetos cotidianos, nos ayudaron a comunicarnos, orientarnos y hacer más llevaderas algunas tareas. Ahora, encuentran su lugar en el coleccionismo.
El coleccionismo es, en cierto sentido, entender que nuestra vida pasa por comprender nuestra relación con los objetos que nos rodean.
Los objetos nos acompañan mientras los usamos y luego nos desprendemos de ellos o los los guardamos celosamente. Algunos se quedan con nosotros para siempre, como el contacto directo con un recuerdo, una época, una persona o un lugar. Desde niños queremos acumular objetos que nos confieren una identidad, que nos interpelan y nos definen.
Una cualidad humana
Acumular objetos, coleccionarlos, es otra faceta más que distingue a las personas. El coleccionismo, entendido de esta forma, es casi tan antiguo como la humanidad. Desde las primeras civilizaciones, los seres humanos han acumulado y cuidado objetos, bien fuera para preservar el recuerdo de una familia, o bien el patrimonio de una cultura. Pero no será hasta la Edad Moderna que adquirirá el sentido que le damos hoy.
El afán de recuperación de objetos perdidos de la cultura grecolatina en la Italia renacentista coincidió en el tiempo con el descubrimiento y conquista de América. Dos elementos, la tradición y lo exótico, que despertarían el interés por acumular y catalogar pequeños y grandes tesoros. Lo que al principio fue una afición de la aristocracia poco a poco se extendió a todas las capas de la sociedad, y muchas colecciones privadas acabarían en museos nacionales. A partir del siglo XX, el coleccionismo se expandió y amplió sus horizontes.
Pero la razón por la que los humanos coleccionan cosas tiene respuesta también en la psicología. Nuestro cerebro necesita marcarse pautas y objetivos, y, al conseguirlos, nos recompensa con placer. Cuando hallamos al fin esa pieza inédita, ese libro descatalogado o ese objeto de atrezo de nuestra película favorita, nuestro cerebro nos recompensa liberando dopamina.
Exclusividad y lujo
Si bien podemos encontrar colecciones adaptadas a todos los bolsillos, es cierto que hay tipos de coleccionismo que destacan sobre otros por el enorme coste de sus objetos.
En el coleccionismo de arte, por supuesto, es donde más valor adquieren sus ítems. Cuadros como Les femmes d’Alger, de Pablo Picasso, valorado en 164 millones de euros; Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne, valorado en 229 millones de euros, o el Salvator Mundi, de Leonardo da Vinci, descubierto en 2008 y valorado en 412 millones de euros, se sitúan a la cabecera de los objetos de colección más valiosos del mundo.
También sucede en el coleccionismo de coches antiguos, con los 44 millones de euros que se pagaron por un Ferrari 250 GTO Berlinetta de 1962; el de antigüedades, con un jarrón florero chino de la dinastía Pinner Qing, encargado por el emperador Qianlong en el siglo XVIII y que está valorado en 79 millones de euros; la numismática (coleccionismo de monedas), con objetos como la moneda de oro Double Eagle de 1933, que se vendió en una subasta por 18 millones de euros, o la bibliofilia, donde destaca el Codex Leicester, un manuscrito de 72 páginas escrito entre 1506 y 1510 por Leonardo da Vinci, que compró Bill Gates en 1994 por 28 millones de euros.
Nostalgia analógica y cultura pop
Durante los últimos años se ha producido un auge del coleccionismo de tecnología retro. Máquinas de escribir, cámaras analógicas e incluso ese Walkman que nos acompañó en la etapa grunge son ahora objetos codiciados por los coleccionistas. Un ejemplo de ello es una cámara de la Serie 0 de Leica, una edición limitada de 25 ejemplares fabricada en 1923, que se vendió por más de dos millones de euros.
El mundo del vinilo es también uno de los sectores que más crecimiento ha experimentado. El precio de las ediciones exclusivas y limitadas puede ascender a miles e incluso millones de euros, como es el caso del disco Once Upon a Time in Shaolin, de Wu-Tang Clan, que se vendió por casi dos millones de euros, o el Yesterday and Today, de The Beatles, cuyas primeras copias están valoradas en cerca de un millón.
Sin embargo, la cultura pop reúne el mayor afán coleccionista actual. Cromos, cómics, consolas antiguas, Funko Pop, juguetes, pósteres de cine, objetos de vestuario o atrezo… La variedad es enorme y supone el nicho con mayor crecimiento dentro del coleccionismo.
Algunos de sus elementos pueden llegar a costar sumas muy altas, como los 31 millones de euros que se pagaron por el vestido de Marilyn Monroe en The Seven Year Itch o el millón de euros que el coleccionista Ralph DeLuca pagó por uno de los cuatro pósteres originales de la película Metropolis, de Fritz Lang.