La figura del médico

La figura del médico: mito, historia e inspiración artística

La medicina estaba primero en manos de chamanes e “iluminados”. Poco a poco, la ciencia se impuso aplicando protocolos científicos y éticos contrastados.

POR Enric Ros | 03 Julio 2025

Hubo un tiempo en que la medicina mantenía estrechos lazos con la magia, e incluso con la religión. Chamanes, brujos, sacerdotes, animistas, iluminados de todo pelaje… todos ellos eran figuras que pretendían acumular saberes a menudo herméticos o poderes semidivinos; que conocían –o decían conocer– secretos para fabricar ungüentos o sustancias a partir de animales, minerales o plantas con supuestas funciones sanadoras. 

El papel que cumplían en las sociedades antiguas era, pese a todo, esencial: ayudar al ser humano a luchar contra la enfermedad y la muerte, en épocas en la que existían más incertidumbres que respuestas sobre el funcionamiento de nuestro cuerpo. Para ello, acudían a dos fuentes de conocimiento: la observación empírica y las creencias místico-religiosas. 
 

Imhotep, el egipcio

El médico más antiguo del que probablemente tengamos noticia es Imhotep, un egipcio que vivió entre los años 2686 y 2613 a. C. y que fue también primer ministro y arquitecto. Sus habilidades en la sanación propiciaron que fuera convertido en dios de la medicina. Su figura fue inspiradora para el dios Asclepio de los griegos.

Originalmente, el dios griego de la medicina era Apolo o Alexikako, ‘el que evita los males’, a quien estaba dedicado el oráculo de Delfos. Algunos de sus más célebres “consejos” –como aquel que reza: “Nada en exceso”– pueden ser hoy compartidos por los médicos modernos. Apolo se encargó de formar al centauro Quirón, que a su vez educó a diversos héroes griegos; entre ellos, Asclepio. Este relato legendario introducía otra interesante idea: la medicina, pese a sus raíces aparentemente mágicas, se consideraba un conocimiento transmisible de unas personas a otras.

 

Hacia una medicina científica

Tal como explica Juan Jaramillo Antillón, en su interesante Historia y Filosofía de la Medicina, poco a poco “la medicina modeló el espíritu científico y disipó la acumulación de creencias y supersticiones existentes […] sobre las enfermedades al revelar el conocimiento del cuerpo humano y las fallas que suceden en él”. 

Ya Aristóteles afirmó que el conocimiento científico persigue conocer con certeza de qué modo y por qué una cosa es como es. Esto implica, necesariamente, remontarse a las llamadas causas necesarias. La visión aristotélica de la ciencia vislumbró la existencia de las ciencias especulativas, que buscan el saber por sí mismo, como la física o la matemática, y de las productivas, orientadas a conseguir resultados prácticos o beneficiosos para nuestra vida, como la arquitectura o la medicina.   

De este modo, se fue pasando de un pensamiento mítico, basado en relatos y simbolismos, como el animismo (que consideraba que las causas de la muerte y la enfermedad eran seres invisibles) a otro más racional, consistente en el análisis de los hechos y la búsqueda de la veracidad científica a través de unos protocolos. No fue un proceso fácil, desde luego, y a lo largo de la historia la tentación de dejarse llevar por la superchería volvió a asomar con frecuencia.

 

El primer médico ‘científico’

El inicio de la medicina científica está unido, evidentemente, a la figura de Hipócrates, el griego que otorgó a esta práctica su dimensión ética. Entre los logros que se le atribuyen, está haber liberado a Atenas de la peste, incinerando a los muertos y sus ropas con hogueras.   

Aunque creía en ideas hoy superadas, como los famosos humores o líquidos que según él contenía el organismo, tal como señala Juan Jaramillo, Hipócrates fue el responsable de crear lo que hoy llamamos la propedéutica clínica, identificando sus principios básicos: la inspección del paciente mediante la observación y el interrogatorio, así como la descripción sistematizada de las enfermedades para facilitar la elaboración del cuadro clínico. Este fue un primer paso de gigante para la profesionalización de la actividad médica. 

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