Esauira, el Marruecos más relajante
Este pequeño oasis cosmopolita a tres horas de Marrakech, de clima templado por el Atlántico, es ideal para una escapada exótica.
El graznar de las gaviotas como ruido de fondo y un potente viento alisio que revitaliza y que trae aromas de pescado a la brasa, salitre y especias es el comité de bienvenida que suele recibir al viajero que llega a Esauira. Y viajeros ha recibido muchos siempre, la que fue Mogador para los portugueses, que estaba en la ruta de las caravanas de mercaderes cargadas de sal y marfil –o esclavos– que se dirigían hacia tierras europeas desde Tombuctú. Mucho menos bienvenidas eran otras visitas, como las de piratas y corsarios, que obligaron a sus habitantes a fortificar la ciudad.
Una escapada cerca de Marrakech
Desde hace medio siglo, son pintores, escultores, músicos, surferos y escritores los que llegan de todo el mundo –con un fuerte predominio de franceses y belgas–, quienes se han refugiado en esta ciudad que es a la vez relevante puerto pesquero, y centro artesanal y turístico. Olas para surfear, inspiración, o quizás a sí mismos: en Esauira todo el mundo busca algo. Muchos visitantes llegan solo para pasar un día de excursión, procedentes de la vecina Marrakech, a 173 km; el soplo de aire fresco que supone la portuaria y relajada ciudad viniendo de la frenética Ciudad Roja provoca que más de uno se arrepienta de no pasar la noche en ella.
Una jornada redonda puede empezar despertando en uno de sus muchos riads con encanto y cogiendo energías con un delicioso desayuno en el patio o en la terraza con creps con miel y quesos locales, pan bereber, dátiles... y, sobre todo, uno de los fresquísimos zumos de naranja que se pueden tomar aquí. Lo mejor es olvidar el mapa –y no digamos el coche, que aquí solo molesta–, y lanzarse a recorrer la medina, patrimonio de la humanidad por la Unesco desde 2001 y rodeada de imponentes puertas de piedra (babs).
Un barrio viejo lleno de artistas
Recorriendo las callejuelas llenas de cuadros de colores llamativos donde predomina el estilo fauvista, que contrastan con los blancos y azules y las puertas labradas de las casas del barrio viejo, el viajero encontrará un montón de galerías de arte, porque en la ciudad viven importantes escultores y pintores del país, y muchos de ellos exponen en la calle.
Por todas partes también transitan carretas tiradas por mulas avanzando entre la gente. Al mediodía, lo mejor es ir al puerto para degustar pescado a la plancha o frito, que cocinan ante el cliente entre humaredas y delante de los ojos atentos de decenas de gatos y gaviotas, al acecho para hurtar alguna pieza. Por pocos euros puedes hartarte de pescado, y te encontrarás con la agradable sorpresa que los vendedores son bastante menos insistentes que en Marrakech. En las amplias playas llenas de surferos, se puede dedicar la tarde a un paseo en dromedario, o bien embarcarse en un bote para descubrir la ciudad desde del mar rodeando las islas Púrpuras, donde hay una reserva ornitológica con gaviotas y halcones de Eleonora, que pueden verse de abril a octubre.
Y muchas más actividades
Si prefieres salir de la ciudad, se pueden hacer rutas en quad por las dunas de los alrededores, o apuntarse a una excursión a los viñedos de la Val d’Argan para realizar una cata de la docena de vinos que se producen allí, e incluso recorrer los viñedos a caballo y disfrutar también en alguna de las bodegas de una comida tradicional marroquí. Al final del día, las alturas de la muralla son un buen lugar desde donde disfrutar de los colores del atardecer.
Si eliges la Sqala du Port, además de las vistas al interior encontrarás antiguos cañones de bronce que históricamente protegieron a la ciudad. Además, si quieres dedicar un tiempo a las compras, los vinos rosados y blancos son una de las especialidades más codiciadas de la ciudad. También destacan el aceite de argán, la orfebrería de plata, con piezas que combinan nácar, hueso y ébano, y alfombras de intrigantes dibujos con un rojo intenso de fondo. Finalmente, otra opción para los más fatigados es tomar un té escuchando música gnawa, disfrutar de espectáculos a cargo de los artistas locales o comer en un banquete de marisco inolvidable.