
La figura del médico: mito, historia e inspiración artística
La medicina estaba primero en manos de chamanes e “iluminados”. Poco a poco, la ciencia se impuso aplicando protocolos científicos y éticos contrastados.
Hubo un tiempo en que la medicina mantenía estrechos lazos con la magia, e incluso con la religión. Chamanes, brujos, sacerdotes, animistas, iluminados de todo pelaje… todos ellos eran figuras que pretendían acumular saberes a menudo herméticos o poderes semidivinos; que conocían –o decían conocer– secretos para fabricar ungüentos o sustancias a partir de animales, minerales o plantas con supuestas funciones sanadoras.
El papel que cumplían en las sociedades antiguas era, pese a todo, esencial: ayudar al ser humano a luchar contra la enfermedad y la muerte, en épocas en la que existían más incertidumbres que respuestas sobre el funcionamiento de nuestro cuerpo. Para ello, acudían a dos fuentes de conocimiento: la observación empírica y las creencias místico-religiosas.
Hacia una medicina científica
Tal como explica Juan Jaramillo Antillón, en su interesante Historia y Filosofía de la Medicina, poco a poco “la medicina modeló el espíritu científico y disipó la acumulación de creencias y supersticiones existentes […] sobre las enfermedades al revelar el conocimiento del cuerpo humano y las fallas que suceden en él”.
Ya Aristóteles afirmó que el conocimiento científico persigue conocer con certeza de qué modo y por qué una cosa es como es. Esto implica, necesariamente, remontarse a las llamadas causas necesarias. La visión aristotélica de la ciencia vislumbró la existencia de las ciencias especulativas, que buscan el saber por sí mismo, como la física o la matemática, y de las productivas, orientadas a conseguir resultados prácticos o beneficiosos para nuestra vida, como la arquitectura o la medicina.
De este modo, se fue pasando de un pensamiento mítico, basado en relatos y simbolismos, como el animismo (que consideraba que las causas de la muerte y la enfermedad eran seres invisibles) a otro más racional, consistente en el análisis de los hechos y la búsqueda de la veracidad científica a través de unos protocolos. No fue un proceso fácil, desde luego, y a lo largo de la historia la tentación de dejarse llevar por la superchería volvió a asomar con frecuencia.