Benín. Espíritus, vudú y maravillas naturales
Enclavado entre el río Níger y el océano Atlántico, el pequeño estado de Benín es uno de los más desconocidos de África, pese a que esconde atractivos que bien justifican un viaje.
Con una rica –y en ocasiones tenebrosa– historia a sus espaldas, Benín ha sabido conservar casi intactas muchas de sus tradiciones ancestrales, de las que el viajero hallará rastro en cada rincón del país: el fetichismo, las danzas de máscaras y el culto al vudú y al mundo de los espíritus empapan el día a día de los benineses.
A ello se le suman los espectaculares escenarios naturales con los que cuenta, desde el montañoso norte hasta los bosques de baobabs, pasando por lagunas y pantanos sobre los que se alzan sorprendentes poblaciones o sus playas de belleza salvaje rodeadas de palmeras.
Si se puede elegir, lo ideal es visitarlo entre octubre y febrero: es temporada seca y los paisajes lucen su exuberancia tras la temporada de lluvias; entre marzo y mayo, por su parte, es muy caluroso, mientras que entre junio y octubre abundan los aguaceros.
Cotonou, la capital económica de Benín
Un punto de partida muy práctico para empezar el viaje es la dinámica Cotonou, la capital económica (la oficial es Porto Novo). Además de su catedral, su mezquita y su ajetreado puerto comercial, también merece una visita la Fondation Zinsou, uno de los centros culturales de arte contemporáneo pioneros del África subsahariana, que este 2024 debuta en la Bienal de Venecia.
Pero, sin duda, lo que más llama la atención a los viajeros que recalan en esta urbe es el mercado de Dantokpa, uno de los más grandes del continente, tematizado en la cultura del fetiche. Son pocos los que se resisten a irse sin comprar alguno de los intrigantes amuletos que se amontonan en los tenderetes.
Uno de los atractivos imprescindibles en las cercanías de Cotonou es la pequeña Ganvié, conocida como la Venecia africana, donde cabañas de bambú se encaraman a palafitos dentro de las aguas del Nokoué.
Sus cerca de 25.000 habitantes se establecieron en el lago hace siglos huyendo de tribus rivales que les perseguían para venderlos a los traficantes de esclavos portugueses; debido a la consideración sagrada del lago, sus enemigos no osaban adentrarse en él para capturarlos, por lo que hicieron de este enclave su nuevo hogar y se adaptaron a vivir en una ciudad flotante.
En esta localidad, que vive de la pesca y del turismo y a la que solo se puede acceder navegando, principalmente en canoas de madera motorizadas, es especialmente interesante visitar el mercado flotante que se celebra cada mañana.
En este, desde primera hora, se concentra un colorido despliegue de piraguas, conducidas en su práctica totalidad por mujeres, rebosantes de pescado fresco, frutas, verduras y especias.
Antes de dejar Ganvié, no hay que dejar de probar alguna de las especialidades gastronómicas locales, basadas en la pesca; al tener la particularidad el lago de alternar agua dulce y salada, se pueden degustar incontables especies de pescado, que suele servirse fresco o ahumado con arroz.
El antiguo Reino de Dahomey
Desde Ganvié, puede ponerse rumbo a Abomey, a la que llegaremos en menos de tres horas y donde descubriremos la historia del Reino de Dahomey, que fue uno de los imperios más poderosos del continente, gracias en parte a su formidable ejército, que era íntegramente femenino.
La historia de estas icónicas amazonas llegó a la gran pantalla hace dos años con La mujer rey, film que disparó las visitas al complejo de los Palacios Reales de Abomey, declarado patrimonio mundial.
Para 2025, está previsto que se inaugure en este recinto palaciego el Museo de la Épica de las Amazonas y de los Reyes de Dahomey, que, además de recordar el esplendor de esta civilización, expondrá obras de arte devueltas por Francia y reiteradamente reclamadas por parte de Benín desde hacía décadas.
Otra auténtica joya, ubicada en el norte del país, es el Parque Nacional de Pendjari. Entre los escarpados montes de Atakora y la hechizante sabana, esta reserva de fauna natural de casi 3.000 km2 se ha beneficiado en las últimas décadas de los esfuerzos de las autoridades locales para su recuperación.
Se trata de una de las mejores de África Occidental y es hogar de guepardos, leones, leopardos, elefantes, babuinos, antílopes e infinidad de aves y otras especies; a finales de la estación seca, cuando los animales se congregan en los abrevaderos, es cuando nos será más fácil verlos.
Sin dejar el norte, también es imprescindible dedicar un tiempo a descubrir el País Somba, un pueblo con primitivos rituales que habitan en las tambas, unas particulares viviendas de adobe, paja y barro que parecen diminutos castillos.
La capital del vudú
Sin embargo, si una localidad sería auténticamente imperdonable perderse es Ouidah, capital del vudú. Este culto animista va mucho más allá de los muñecos atravesados con alfileres del imaginario popular; aquí es religión oficial y lo practica el 60% de benineses.
Cada 10 de enero, miles de personas asisten al Festival de Vudú de Ouidah para recibir la bendición del sacerdote supremo de este culto: tras sacrificar una cabra para honrar a los espíritus, todos beben ginebra y cantan y bailan al ritmo de los tambores.
Al margen del festival, podemos seguir los rastros del vudú en el templo de las Pitones, dedicado a la divinidad Dangbé, en el que los sacerdotes ofrecen visitas guiadas y donde habitan decenas de serpientes, consideradas semisagradas por los benineses.
En el bosque sagrado de Kpassè, por su parte, se puede deambular entre estatuas esculpidas por artistas locales que representan a los dioses del panteón vudú.
Finalmente, no hay que dejar Ouidah sin rendir tributo al sufrimiento que provocó la que fue la página más negra de la historia del país, el tráfico de esclavos.
En las playas de la localidad se ubica un monumento en la que fue llamada Puerta de no retorno, que marcaba el punto por donde la población local secuestrada y esclavizada era obligada a embarcar rumbo al Nuevo Mundo para nunca jamás volver.
Un espacio de reflexión sobre el lado más oscuro del ser humano para cerrar un viaje del que, seguro, volveremos con muchas imágenes inolvidables en la retina.