Marsella, luminosa y marinera
Pintorescos barrios, irresistibles propuestas gastronómicas, calas de ensueño y museos de primer nivel te esperan en la vibrante capital de la Provenza.
Las nuevas rutas ferroviarias de alta velocidad que nos acercan a Marsella en pocas horas y por precios asequibles se convierten en la mejor excusa para descubrir o revisitar esta urbe siempre apetecible para una escapada. Con 26 siglos a sus espaldas, la más “gamberra” de las ciudades francesas rezuma historia y multiculturalidad por sus cuatro costados. Bañada por una amarillenta luz provenzal, su alma es completamente marinera; en ningún momento, ni ningún rincón, dejaremos de percibir que estamos a los pies del Mare Nostrum.
Historia y raíces costeras
El corazón de la ciudad es Le Vieux-Port. Desde primera hora del día, cuando acoge el tradicional mercado de pescado, se convierte en un auténtico hervidero por cuyas calles desfilan barcas tradicionales, yates y embarcaciones turísticas, mientras ríos de viajeros y locales abarrotan sus apetecibles restaurantes con terraza.
A un paso del puerto viejo se alza Le Panier –el barrio histórico–, un instagrameable entramado de callejuelas empinadas plagado de coloridas fachadas provenzales, talleres de artesanos, vinotecas y coquetas galerías de arte. No hay que dejar de tomar algo en los bulliciosos bares o las encantadoras cafeterías de algunas de sus plazas más destacadas, como la Place de Lenche, la antigua ágora griega, o la Place de Moulins, en el punto más alto del barrio y con espectaculares vistas.
Una panorámica asombrosa obtendremos también desde el punto más alto de la ciudad, la basílica de Notre-Dame de la Garde. Ya sea a pie, en autobús o en un trenecito turístico, no hay que dejar de subir hasta esta joya bizantina en la que sorprende la gran cantidad de barcos de madera que cuelgan del techo; se trata de exvotos que decenas de supervivientes de naufragios de todo el mundo ofrecen a la Virgen.
Desde la colina de la Garde se pueden observar también los atractivos alrededores de la ciudad, desde L’Estanque hasta el Parque Nacional de Calanques, con sus calas turquesas y escarpados acantilados. Si se dispone de tiempo, merecen una excursión para disfrutar de un baño y del paisaje; los aficionados al submarinismo, por su parte, encontrarán algunas de las inmersiones más espectaculares del Mediterráneo.
En el horizonte también emergen, frente a la ciudad, las islas de Frioul, una de las cuales alberga el castillo de If, donde Alejandro Dumas encerró literariamente al conde de Montecristo. La fortaleza, a la que se llega en un corto trayecto de ferri, está abierta al público, que puede deslizarse en sus lóbregas celdas.
MuCEM, símbolo de la nueva Marsella
De vuelta a la ciudad, es hora de descubrir también el rostro de la renovada Marsella – fue impulsada por su designación como Capitalidad Europea de la Cultura en 2013–, dirigiéndonos al espacio cultural J4. Se trata de un antiguo muelle reconvertido en un hervidero de propuestas artísticas cuyo buque insignia es, sin duda, el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo. Con una impactante forma de cubo y unido al fuerte de San Juan por una pasarela sobre el mar, acoge todo tipo de exposiciones y una ajetreada agenda de conciertos y eventos que es interesante consultar a la hora de preparar nuestro viaje.
Pero si algo enamorará al viajero que llegue a Marsella, eso es su sabrosa gastronomía, que aúna innovación con recetas con solera, y cocina francesa con influencias multiculturales. Un imprescindible es la bullabesa, un guiso de pescados elaborado tradicionalmente a partir de los pescados que permanecían en el fondo de la cesta de los marineros, que se sirve acompañada de croûtons frotados con ajo y con salsa rouille. Como aperitivo, nada mejor que una tapenade, anchoas con aceitunas aplastadas, o los panisses fris, harina de garbanzos fritas.
Antes de despedirnos de la ciudad, conviene guardar algo de tiempo para compras de última hora; el emblemático jabón de Marsella, las típicas figuritas de madera (santons de Provence), los tradicionales dulces en forma de barca o una botella de Pastis serán perfectos como regalo o como recuerdo para que la capital de la Provenza permanezca en nuestra memoria.