Unas vacaciones más responsables
Para luchar contra el cambio climático, necesitamos pasar de un modelo de turismo de masas, basado en el consumo y la explotación del paisaje y los recursos, a otros modos alternativos más respetuosos con el medio ambiente.
Llega el verano, y con él, las vacaciones. Como es de prever, la geografía española verá aumentar –todavía más– su número de visitantes en los próximos días y semanas. Pero esto no es nada nuevo; aunque pueda parecer que el modelo de turismo masificado es más bien propio de la era de la globalización, en realidad arranca ya con fuerza en los años sesenta. En esa época, el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, lanzaba el famoso eslogan Spain is Different para animar a la comunidad internacional a conocer nuestro país. Desde entonces, parece que el fenómeno –que también se reproduce con intensidad en muchos otros lugares– no ha parado de incrementarse, con las inevitables consecuencias que supone para la lucha contra el cambio climático.
Afortunadamente, cada vez un mayor número de personas piensa en otras formas mucho más respetuosas con el medio ambiente para disfrutar de sus vacaciones. Como bien explican las investigadoras Marta Nel·lo y Claudia Llanes en su ensayo Ecoturismo (UOC, 2016), existen muchos ciudadanos “que quieren participar en actividades recreativas, deportivas y de aventura y conocer la historia, la naturaleza y la vida silvestre de las zonas que visitan”. El viejo modelo del turista “pasivo” (aquel que prefiere tumbarse en la arena de la playa sin prestar atención a la riqueza natural o cultural del entorno en que se halla) o el que podríamos denominar “intrusivo” (porque deja una huella negativa de su paso por los lugares que visita) debe ser relevado por un viajero activo y respetuoso.
El visitante "alocéntrico"
El cambio de modelo va acompañado de la necesidad de rehuir los escenarios más saturados. El especialista en modelos turísticos Stanley C. Plog habla de un visitante “alocéntrico”, que apuesta por vivir nuevas experiencias en áreas no turísticas. Esto no solo supone una serie de beneficios para el ecosistema, sino que también tiene un efecto redistributivo para la economía. Tal como señalan Nel·lo y Llanes, el denominado “turismo alternativo” implica una relación más armónica con el entorno; el respeto y la conservación de la naturaleza y la cultura de las regiones visitadas; el apoyo a pequeños empresarios responsables y a las comunidades locales, o el disfrute de experiencias significativas y menos estandarizadas.