Ecoansiedad: ¿existen evidencias de esta afección?
Las consecuencias del cambio climático van más allá de sus efectos físicos en el medio ambiente. La preocupación por el devenir climatológico y la falta de certezas en el futuro han hecho popularizar un nuevo término para definir esta situación: ecoansiedad.
La palabra ecoansiedad se ha vuelto habitual en redes sociales, conversaciones públicas y titulares de prensa. La mezcla de preocupación, miedo y angustia que generan las noticias sobre el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o los eventos meteorológicos extremos provoca, especialmente entre la gente joven, un fuerte sentimiento de angustia y estrés.
Si bien la ecoansiedad no aparece como diagnóstico independiente en los manuales clínicos, cada vez más estudios en psicología ambiental y salud mental han empezado a analizar este fenómeno como parte de un contexto emocional más amplio. Sea como sea, las personas que dicen sufrirla experimentan síntomas reales.
Frente al inevitable crecimiento de sucesos climáticos extremos y sus consecuencias a todos los niveles, cabe prestar atención también a los efectos adversos que tendrá en la salud mental para entender cómo afrontarlos y encarar el futuro con resiliencia.
Un término reciente para una preocupación creciente
En 2017, la Asociación Americana de Psicología (APA) definió la ecoansiedad como ‘miedo crónico a un cataclismo ambiental’. Desde entonces, la comunidad científica ha investigado cómo la percepción del riesgo climático afecta a la salud mental y al bienestar emocional de las personas, especialmente entre las generaciones más jóvenes.
Uno de los trabajos más influyentes en este ámbito es el informe global de The Lancet sobre salud mental y cambio climático, publicado en 2021. Este estudio, basado en encuestas a más de 10.000 jóvenes de entre 16 y 25 años en diez países, reveló que el 62% de ellos afirma sentir preocupación intensa o incluso angustia por el futuro ambiental del planeta. Además, casi la mitad experimenta emociones como tristeza, miedo, ira o impotencia ante la inacción política frente a la crisis climática.
Sin embargo, es importante aclarar que la ecoansiedad no debe entenderse como un trastorno clínico aislado. No aparece recogida como diagnóstico independiente en manuales como el DSM-5 o el ICD-11, pero sí se considera una respuesta emocional legítima y proporcional a la magnitud del desafío climático.
En este sentido, la ecoansiedad podría verse como un mecanismo humano de anticipación y adaptación ante amenazas reales, una señal de alarma que nos invita a tomar conciencia y a actuar.
¿Cómo se vive la ecoansiedad?
Al mismo tiempo, la experiencia de la ecoansiedad puede variar mucho de una persona a otra. El malestar puede intensificarse en quienes han vivido de cerca desastres naturales como incendios forestales, inundaciones o sequías, por ejemplo. En estos casos, el impacto psicológico se agrava por la pérdida de bienes materiales, la ruptura de comunidades e incluso el duelo por seres queridos o entornos desaparecidos.
Por otra parte, la ecoansiedad no debe limitarse al sufrimiento; también puede convertirse en motor de cambio. Muchas personas encuentran en la acción colectiva y en la implicación con causas medioambientales una vía para canalizar su preocupación y recuperar el sentido de control.
Así, compartir emociones, informarse y participar en iniciativas de sostenibilidad ayuda a transformar la angustia en compromiso y resiliencia. Un ejemplo de esta vertiente sería el movimiento estudiantil internacional Fridays for Future, promovido por la activista Greta Thunberg.
¿Qué dice la ciencia?
En su conjunto, los profesionales de la salud mental coinciden en que sentir ecoansiedad no es un signo de debilidad, sino una reacción comprensible ante un desafío global.
Entre las estrategias recomendadas para manejar la ecoansiedad de forma individual destacan:
- Limitar la sobreexposición a noticias negativas.
- Cultivar vínculos comunitarios (especialmente colectivos ambientales).
- Trabajar en acciones pequeñas pero sostenidas que generen sensación de control.
En casos donde el malestar se vuelva recurrente o afecte la vida diaria, podría acudirse también a terapia psicológica.
Así, aunque la ecoansiedad aún no sea un diagnóstico formal, la evidencia respalda su existencia como fenómeno emocional real y creciente. Lejos de ser una moda pasajera, refleja una toma de conciencia global frente a los retos climáticos que padecemos y seguiremos padeciendo.